lunes, 14 de septiembre de 2015


"12 de septiembre. Dulce nombre y amarga memoria".

Recuerdo, y jamás olvidaré, que fue un 12 de septiembre de hace ya 14 años, que ante el mostrador frío e impersonal de un hospital, me tocó enfrentarme a solas con la muerte. Me acerqué a dicho lugar para solicitar al médico que atendía a mi padre un certificado de ingreso, y con la mayor de las asepcias médicas, o quizás con la normalidad de codearse con la parca a diario, me informó de la grave enfermedad que mi padre sufría y de la imposibilidad clínica de hacer nada, salvo evitarle el dolor hasta su marcha. No sé si fue más duro recibir esa noticia o tener que, en minutos y mentalmente, suavizarla sin mentir, para comunicársela a mi madre.
Ayer, transcurridos 14 años, nuevamente me tocó tomar café con la muerte. El Partido que ha dado vida al ideal por el que he luchado, me he enamorado hasta la locura, por el que he llorado y reído, he sufrido y gozado, ese Partido que consiguió que me embarcara en un mundo que de no haber sido él, jamás habría puesto un pie, el Partido Andalucista, tras una enfermedad incurable y sin posibilidad de intervención que posibiltase su recuperación, moría.
12 de septiembre que has marcado ya mi vida en dos ocasiones con lágrimas amargas. Átropos que acostumbras a visitarme los 12 de septiembre, a ambos os informo, que sólo habéis conseguido ser mensajeros indeseables, pero que si vuestra misión era aniquilar memorias, sois unos fracasados. Ni mi padre, ni mi ideal Andalucista morirán jamás en mí, y si como hija me enfrenté a mi padre varias veces por actitudes del mismo que ahora remedo sin darme cuenta y cuando me percato, le echo en falta y se me escapa una sonrisa, segura estoy que en breve, todos los andaluces sonreirán en más de una ocasión cuando se descubran echando en falta un Andalucismo.

martes, 8 de septiembre de 2015


"La víspera de la Fuensanta"

Cada año, cuando llega el día de hoy, mi madre me relata la misma historia.
Érase una mujer embarazada de 7 meses y poco que, a pesar del avanzado estado de gestación, quiso cumplir con su doble obligación de cordobesa y creyente de visitar a la Virgen de la Fuensanta y pedirle por esa criatura que esperaba para finales del mes de octubre.
Como quiera que no se encontraba en disposición de acudir al Santuario en el mismo día de la celebración, por miedo al bullicio y al tumulto de los fieles que allí iban a presentar sus respetos a la Virgen, decidió ir acompañada por su esposo en la víspera del día grande, a primeras horas de la mañana y en ayunas, para poder comulgar si había eucaristía, y de paso, terminada la misa, comprar una campanita para ese bebé que estaba en camino y un cartucho de avellanas cordobesas, que a su marido le gustaban con locura.
Pues bien, al entrar en la ermita, cuenta mi madre que en el templo sólo había dos o tres mujeres mayores con sus velos prendidos con alfileres de cabeza negra cubriendo sus moños blancos, misales y rosarios en mano y manguitos negros para evitar que sus vestidos dejaran ver sus brazos desnudos, y que a pesar de sus rezos, no pudieron evitar mirarse entre ellas, llegando a darse un codazo incluso, al ver el enorme vientre que la preñada lucía sin disimulo.
Nada más sentarse la embarazada en uno de los bancos de la ermita, por serle imposible arrodillarse, hallándose su marido a su lado, -cuenta mi madre-, se escuchó algo así como un grito o lloro que se dejó oir en todo el templo, que de nuevo sacó a las feligresas de su concentración oratoria, volviéndo sus cabezas en interés de saber quién lloraba. Incluso el marido de la mujer embarazada se apresuró a preguntar a su esposa por qué lloraba, temiendo que con el paseo el parto se hubiese adelantado.
La mujer levantó su rostro, que hasta ese momento lo había tenido agachado en recogimiento de oración, y se limitó a decir con la mayor felicidad: "No he sido yo, ha sido él", -acariciándose el vientre-, "como estoy en ayunas, tendrá hambre".

Él, (que no fué él, sino ella), llegó el 27 del mes de octubre. Antes de nacer tuvo su campanita de la Fuensanta, que aún guarda con otras de muchos años posteriores, así como el misal y el velo que su madre llevaba aquélla víspera del 8 de septiembre de 1963 en que, -no él, sino ella-, decidió empezar a protestar y no quedarse callada ni por cuestiones de Fe. ¡Que cuando se tiene hambre, se tiene hambre!.