martes, 8 de septiembre de 2015


"La víspera de la Fuensanta"

Cada año, cuando llega el día de hoy, mi madre me relata la misma historia.
Érase una mujer embarazada de 7 meses y poco que, a pesar del avanzado estado de gestación, quiso cumplir con su doble obligación de cordobesa y creyente de visitar a la Virgen de la Fuensanta y pedirle por esa criatura que esperaba para finales del mes de octubre.
Como quiera que no se encontraba en disposición de acudir al Santuario en el mismo día de la celebración, por miedo al bullicio y al tumulto de los fieles que allí iban a presentar sus respetos a la Virgen, decidió ir acompañada por su esposo en la víspera del día grande, a primeras horas de la mañana y en ayunas, para poder comulgar si había eucaristía, y de paso, terminada la misa, comprar una campanita para ese bebé que estaba en camino y un cartucho de avellanas cordobesas, que a su marido le gustaban con locura.
Pues bien, al entrar en la ermita, cuenta mi madre que en el templo sólo había dos o tres mujeres mayores con sus velos prendidos con alfileres de cabeza negra cubriendo sus moños blancos, misales y rosarios en mano y manguitos negros para evitar que sus vestidos dejaran ver sus brazos desnudos, y que a pesar de sus rezos, no pudieron evitar mirarse entre ellas, llegando a darse un codazo incluso, al ver el enorme vientre que la preñada lucía sin disimulo.
Nada más sentarse la embarazada en uno de los bancos de la ermita, por serle imposible arrodillarse, hallándose su marido a su lado, -cuenta mi madre-, se escuchó algo así como un grito o lloro que se dejó oir en todo el templo, que de nuevo sacó a las feligresas de su concentración oratoria, volviéndo sus cabezas en interés de saber quién lloraba. Incluso el marido de la mujer embarazada se apresuró a preguntar a su esposa por qué lloraba, temiendo que con el paseo el parto se hubiese adelantado.
La mujer levantó su rostro, que hasta ese momento lo había tenido agachado en recogimiento de oración, y se limitó a decir con la mayor felicidad: "No he sido yo, ha sido él", -acariciándose el vientre-, "como estoy en ayunas, tendrá hambre".

Él, (que no fué él, sino ella), llegó el 27 del mes de octubre. Antes de nacer tuvo su campanita de la Fuensanta, que aún guarda con otras de muchos años posteriores, así como el misal y el velo que su madre llevaba aquélla víspera del 8 de septiembre de 1963 en que, -no él, sino ella-, decidió empezar a protestar y no quedarse callada ni por cuestiones de Fe. ¡Que cuando se tiene hambre, se tiene hambre!.

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