martes, 6 de julio de 2010

LA MARGARITA




Érase que se era una flor nacida entre inútil maleza.
Jamás se supo flor, jamás donó su olor.
Ocultaba sus colores por vergüenza.

Cierto día en aquél erial apareció casualmente un jardinero
que con sus manos arrancó los matorrales
dejando esa flor al descubierto.
Sus pétalos henchidos de pasión a cielo abierto
y sus raíces alejadas de follajes.

Esa flor agradecida, le regaló gustosa cada día su fragancia.
Gota a gota derramó para él su rocío.
El orgullo de saberse contemplada.
El vaivén de su talle oculto a las demás miradas
y el consentido libar hecho sonido.

No comprendía el jardinero tanta entrega.
Tan complaciente dádiva gratuita,
sólo por haberla casualmente encontrado
y haberle hecho saberse margarita.

No sería su duración eterna.
-La flor lo sabía-.
Era efímera su vida y su belleza.
-Y la flor lo sabía-,
Pero ahora sabía que era flor y que era bella
y eso, a su jardinero de amor se lo debía.


Como regalo final a su mentor la margarita una sorpresa le tenía reservada.

Su adiós no sería marchitándose otra vez en pastizales y olvidada.

Al enterno dilema del amor decidió ser respuesta perfumada

y darle un "si te quiere" por respuesta

a la mujer que por él la deshojara.

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